En la penumbra del crepúsculo, un cobertizo desgastado se alza,
Un centinela de la implacable red de arrastre del tiempo;
Sus muros abrazan un mundo para pocos a la vista,
Donde el polvo y el silencio cubren la luz moribunda.
Una antigua forja y un yunque ocupan su lugar,
Donde corazones ardientes una vez forjaron una gracia fundida;
Los fuelles yacen extintos, su respiración entrecortada,
Un eco inquietante en estos reinos de muerte.
En rincones oxidados, reliquias del pasado,
Espera por fin sueños olvidados;
Un arado agrietado y quebradizo, la hoja gastada de una guadaña,
Recuerda las cosechas de las que no se hizo ninguna.
A través de los cristales rotos de las ventanas, la luz de la luna fluye,
Acariciando herramientas que alguna vez susurraron sobre aflicciones;
Un cepillo, un cincel y una sierra al descubierto,
Las marcas de manos que dieron forma a un mundo tan justo.
Aquí las historias persisten con una súplica silenciosa,
De humildes oficios y sueños, uno anhela ver;
Susurros de un hombre cuyo trabajo y sudor,
Insufló vida a la madera que engendraría.
En silenciosa reverencia, piso estos pisos huecos,
Asombrado por los ecos de costas olvidadas;
Y aunque el cobertizo se desmorone y se pudra,
Su espíritu perdura, nunca se desvanece.
Oh, cobertizo desgastado, tus secretos aún no contados,
Un emblema de una época que se ha vuelto frágil y vieja;
En tu espacio sagrado encuentro una gracia divina,
Un puente hacia mundos donde la artesanía y los sueños se alinean.