Cuando los soldados vinieron por Lucía, Paschasius les ordenó que la llevaran a un burdel. Luego Lucía declaró:"Ningún hombre jamás contaminará mi cuerpo, porque estoy consagrada a Jesús". Los soldados no pudieron mover a Lucía, por mucho que lo intentaron. Se dice que pesaba tanto como una montaña. Paschasius luego les ordenó que encendieran un fuego a su alrededor, pero las llamas se separaron y no la tocaron. Desesperado, finalmente ordenó a un soldado que le cortara la cabeza, lo cual hizo.
Según la leyenda, Lucía todavía estaba consciente después de su muerte y llevó sus ojos en un plato a su tumba. Fue enterrada en las Catacumbas de San Calixto en Roma. Posteriormente, sus reliquias fueron trasladadas a la Iglesia de Santa Lucía en Venecia, donde todavía se veneran hoy.