Antígona reconoce esta culpa hereditaria y sabe que no puede escapar a su destino. Lamenta las trágicas circunstancias de su familia, pero se siente obligada a honrar a su hermano Polinices dándole un entierro digno, aunque hacerlo desafía el edicto de Creonte y conlleva importantes consecuencias. En opinión de Antígona, vale la pena incurrir en tal castigo para defender las leyes no escritas de los dioses y apaciguar el espíritu inquieto de Polinices, asegurando la paz después de su prematura muerte.