Cuando hacemos atribuciones sobre el comportamiento de otras personas, tendemos a sobreestimar el papel de sus factores internos, como su personalidad o habilidades, y a subestimar el papel de factores externos, como la situación o el entorno.
Por ejemplo, si alguien es grosero con nosotros, podríamos pensar que es una persona grosera, sin considerar que pudo haber estado teniendo un mal día o que estaba bajo mucho estrés.
Esta tendencia puede provocar malentendidos y conflictos, ya que es posible que no estemos teniendo en cuenta todos los factores relevantes cuando emitimos juicios sobre otras personas.