Normas culturales y sociales: Históricamente, muchas sociedades tenían roles de género estrictos y esperaban que las mujeres se ajustaran a ciertos comportamientos y ocupaciones consideradas apropiadas para su sexo. La actuación se consideraba a menudo como un arte que implicaba expresión emocional, agilidad física e interacción con actores masculinos. Estos elementos comúnmente se consideraban inapropiados o incluso escandalosos cuando se asociaban con mujeres.
Objeciones morales: Algunas creencias religiosas y culturales consideraban a las mujeres moralmente inferiores o susceptibles a la contaminación moral. Permitirles aparecer en el escenario se consideraba una amenaza a su modestia, virtud y estándares morales de la sociedad.
Restricciones legales: En determinadas sociedades, las mujeres estaban sujetas a restricciones legales que limitaban su libertad para participar en actividades públicas. Las leyes les prohibían actuar en los escenarios, entre otras ocupaciones y prácticas habitualmente reservadas a los hombres.
Ausencia de formación femenina: Actuar requería formación y educación especializadas. En diversos períodos y sociedades, las escuelas de actuación formales o las instituciones de formación estaban abiertas exclusivamente a hombres, excluyendo a las mujeres de la adquisición de las habilidades y conocimientos necesarios para seguir una carrera de actriz.
Es importante señalar que estas restricciones basadas en el género no fueron universales y variaron según las culturas, regiones y períodos de tiempo. Con el tiempo, las actitudes sociales hacia los roles de género evolucionaron y las mujeres comenzaron a desafiar las normas tradicionales. En la última parte de los siglos XVIII y XIX, varios movimientos que defendían los derechos y la igualdad de las mujeres condujeron a un cambio gradual en las prácticas teatrales. Con el tiempo, las mujeres lograron reconocimiento como intérpretes y se rompió el dominio exclusivo masculino de la actuación.