Héctor es consciente de la profecía de que Troya caerá cuando los guerreros griegos asalten el templo de Atenea en Troya. En el libro 6 del poema, advierte a su padre, el rey Príamo, de este destino inminente y lo insta a devolver la estatua sagrada de Atenea a los griegos en un intento de apaciguar a la diosa y potencialmente evitar el desastre. Sin embargo, sus súplicas no son escuchadas y la caída de Troya sigue siendo inminente.
La aceptación de su destino por parte de Héctor es particularmente evidente en su despedida de su esposa, Andrómaca, y de su pequeño hijo, Astyanax. Esta desgarradora escena retrata el profundo amor y preocupación de Héctor por su familia, pero también su estoico reconocimiento de que tal vez nunca los vuelva a ver. En particular, Héctor predice su propia muerte a manos de Aquiles y anticipa el sufrimiento que les espera a Andrómaca y a las mujeres troyanas tras la caída de Troya.
La conciencia de Héctor sobre su destino se combina con un profundo sentido del deber y lealtad hacia su ciudad y su gente. A pesar de sus deseos personales, se mantiene firme en su compromiso de defender Troya y preservar su honor, incluso si eso significa sacrificar su propia vida. Este inquebrantable sentido del deber impulsa a Héctor a realizar hazañas heroicas en el campo de batalla, ganándose la admiración tanto de los troyanos como de los griegos.
En conclusión, Héctor posee una profunda comprensión de su destino y del destino de Troya. Si bien este conocimiento lo llena de tristeza y temor, enfrenta su destino con coraje, honor y una devoción desinteresada hacia su patria y sus seres queridos. El personaje de Héctor se erige como un héroe trágico en la literatura griega, que encarna tanto la grandeza como la vulnerabilidad del espíritu humano frente a un destino ineludible.