Estas líneas indican el esplendor pasado de la ciudad a través del imponente rostro de Ozymandias, que a pesar de estar destrozado, aún transmite la arrogancia y el poder del gobernante perdido hace mucho tiempo. El ceño fruncido, el labio arrugado y la mueca de fría autoridad sugieren un gobernante formidable que inspiraba tanto miedo como respeto. Además, se describe que la mano que se burló del arte del escultor y el corazón que impulsó las acciones del gobernante sobrevivieron a través de estos restos sin vida, lo que muestra la resistencia del legado de Ozymandias.