Inicialmente, Proctor es retratado como un individuo imperfecto y algo arrogante. Mantiene una aventura secreta con Abigail Williams, una joven que luego acusa a varias personas inocentes de brujería, incluida la esposa de Proctor, Elizabeth. Inicialmente, Proctor duda en confrontar las mentiras de Abigail y preservar la reputación de su familia y su comunidad.
Sin embargo, a medida que avanza la obra, la brújula moral de Proctor comienza a cambiar. Está cada vez más preocupado por la injusticia y la histeria que se han apoderado de Salem. Se da cuenta de que su silencio e inacción han contribuido a la escalada de la crisis.
Un momento crucial en el viaje de Proctor ocurre durante su interrogatorio ante el tribunal. Decide revelar la verdad sobre su romance con Abigail, con la esperanza de exponer su engaño y poner fin a los juicios de brujas. Esta decisión demuestra su creciente sentido de responsabilidad moral y su voluntad de sacrificar su reputación en aras de la justicia.
A medida que la obra llega a su clímax, la conciencia de sí mismo de Proctor se profundiza aún más. Se enfrenta a sus errores del pasado y acepta su papel en la tragedia que se desarrolla. Entiende que su decisión inicial de involucrarse en la aventura con Abigail ha contribuido a la red de mentiras y manipulación que ha atrapado a la comunidad.
En sus momentos finales, John Proctor muestra una integridad y un coraje inquebrantables. A pesar de las abrumadoras probabilidades en su contra, decide defender lo que es correcto y se niega a confesar falsamente haber practicado brujería. Su desafío al tribunal corrupto y su voluntad de afrontar las consecuencias de sus acciones ilustran su profunda transformación moral.
Así, a lo largo de la obra, John Proctor aprende sobre su capacidad de engaño y debilidad moral, pero también descubre su fuerza interior, su sentido de la justicia y su capacidad de redención.