Entre adoquines gastados y empinados,
Yace un alma a la deriva, desprovista de alegría,
Sin hogar pero no desesperados, su espíritu cerca.
Con pasos cansados, caminan por las calles,
Buscando consuelo, calidez y golosinas.
Refugios de cartón, su humilde morada,
Un refugio del amargo aguijón de la noche.
En sus ojos, un rayo de resiliencia,
Un anhelo por el brillo perdido de la vida.
A través de ropas andrajosas y zapatos gastados,
Llevan sueños, esperanzas y deudas.
Aunque el destino ha sido cruel,
Su espíritu se eleva, desafiante y grandioso.
En sus corazones todavía arde una llama,
Insaciable por la oscuridad, proyectando su luz.
Encuentran belleza en el zumbido de la ciudad,
En risas compartidas y migajas por venir.
La bondad de los extraños, una gracia fugaz,
Los sostiene en su lugar solitario.
Con cada amanecer, se levantan de nuevo,
Abrazando la vida, derramando el rocío.
Porque aunque les falte riqueza o fama,
Su espíritu se eleva, una llama eterna.
Son personas sin hogar, pero se mantienen erguidas,
Almas resilientes, rompiendo la caída.
Su fuerza, testimonio de la voluntad,
Para elevarse, para conquistar el frío de la vida.
Así que escuchemos su llamado, extendamos una mano,
En unidad podemos entender
La difícil situación que enfrentan, las esperanzas que albergan,
Porque en sus historias se revela nuestra humanidad.
Porque aunque les falte un techo arriba,
Su espíritu prospera, un amor eterno.
Sin hogar pero no sin esperanza, lo estarán,
Hasta que los sueños se encienden y finalmente ven,
Un futuro mejor, al que pertenecen,
Ya no es sacudido por la multitud aleatoria de la vida.