Había una vez un maestro llamado Grumps.
Con el ceño firmemente grabado en su rostro,
Ella gobernaba el aula con su caja de hierro.
Su voz resonó como un trueno y un relámpago.
Mientras caminaba por la habitación con los ojos brillantes.
Los estudiantes temblaron ante la vista.
Porque Grumps nunca hablaba bien de las cosas.
Asambleas matutinas llenas de pavor,
Mientras el Maestro Gruñón leía las noticias.
Las reglas eran estrictas y los castigos severos.
Porque en la clase de Grumps no podía aparecer ninguna alegría.
Las lecciones se prolongaban como tareas interminables,
Con bostezos y suspiros y muchos aburrimientos.
La imaginación no estaba permitida,
Porque en el mundo de Grumps todos los sueños estaban prohibidos.
Un día, llegó un chico nuevo con una sonrisa,
Decidido a dejar que su espíritu brille.
Garabateaba y reía, desafiando la norma.
Trayendo un rayo de sol a la tormenta.
La profesora gruñona hizo lo mejor que pudo.
Para frenar la enérgica búsqueda del niño.
Pero él se negó a ser humillado.
Sembrando risas y alegría por todos lados.
Los estudiantes comenzaron a unirse a la diversión,
Mientras se deshace la fachada severa del maestro.
La risa resonó en el aula una vez más.
Reemplazando el ceño fruncido por sonrisas, ¡amén!
Y así, el reinado del profesor gruñón llegó a su fin,
Mientras el virus de la risa se extendía por la escuela como una tendencia.
Grumps se dio cuenta de la belleza con alegría y alegría,
Y se convirtió en una maestra amada, trayendo sonrisas desde que nació.