El mundo es un lugar grande y misterioso, especialmente cuando se lo ve a través de los ojos de un niño. Todo es nuevo y emocionante, y hay infinitas posibilidades de aventura y descubrimiento.
Recuerdo que cuando era niño solía pasar horas explorando mi barrio. Cada día encontraba cosas nuevas que nunca antes había visto. Había cierto árbol en el parque al que me encantaba trepar y pasaba horas sentado en sus ramas, contemplando el mundo que había debajo. Me imaginaba que era un pájaro volando por el aire o un superhéroe salvando el día.
Los niños tienen un sentido natural de asombro y curiosidad, y ven el mundo de una manera que los adultos suelen dar por sentado. Notan la belleza de una sola flor o la alegría del chapoteo de una gota de lluvia. No tienen miedo de hacer preguntas y siempre están deseosos de aprender.
Lamentablemente, esta inocencia a menudo se desvanece a medida que crecemos. Nos volvemos más cínicos y hastiados, y empezamos a perder la sensación de asombro. Pero creo que es importante tratar de aferrarnos a ese sentido infantil de inocencia, incluso cuando nos convertimos en adultos. Es la clave para mantener una perspectiva fresca y positiva de la vida.