Durante esta época, los dramaturgos comenzaron a ser vistos como algo más que simples artistas, sino también como filósofos morales y comentaristas de la sociedad. Esto se debió en parte al surgimiento de la Ilustración, que enfatizó la razón, el individualismo y el poder del individuo. Los dramaturgos comenzaron a utilizar sus obras para explorar cuestiones sociales y políticas y desafiar los valores y creencias tradicionales.
Además, el auge del teatro profesional también contribuyó al cambio de imagen del dramaturgo. A medida que los teatros se comercializaron más, los dramaturgos se vieron cada vez más obligados a satisfacer los gustos del público. Esto provocó una disminución en la calidad de las obras y un cambio de enfoque del dramaturgo al actor. Los dramaturgos quedaron marginados y aislados, y ya no se los consideraba contribuyentes importantes a la sociedad.