Para evitar posibles desgracias, los actores y profesionales del teatro suelen referirse a la obra como "La obra escocesa" en lugar de utilizar su nombre real. Esta tradición se remonta a principios del siglo XVII, cuando la obra se representó por primera vez, y todavía se practica ampliamente hoy en día como una forma de respetar la superstición y garantizar una producción fluida y exitosa.